Blog de análisis y escritura de guión cinematográfico

viernes, 1 de abril de 2011

'Déjame entrar' y las fronteras del cine de género



Muchas veces somos demasiado reduccionistas. Queremos ver en un árbol el bosque, y en el bosque siempre vemos el mismo árbol. Queremos siempre cuantificar, medir y cualificar lo que observamos y para ello recurrimos a fórmulas y atajos que simplifican esa explicación de lo que percibimos.

Nuestra forma de clasificar el cine es mediante los géneros. Esta forma de catalogar los registros cinematográficos ha logrado arraigar muchas bases que han enriquecido el cine. Y, obviamente, han facilitado la nomenclatura y el proceso de identificación de lo que el espectador ve en la cartelera. Con los años, esta definición de los géneros dio lugar a la creación del llamado 'cine de género', caracterizado por tomar asiento en las estructuras tipo y los recursos más comunes de las cintas de temáticas similares.

En principio, esto es algo positivo. Hay espectadores con gustos concretos y comunes, que demandan un tipo de cine con unas formas concretas. Esto no quiere decir que ese público busque siempre las mismas premisas, los mismos ambientes o los mismos enfoques. Aquí está el error. El cine de género siempre guarda patrones comunes, un universo conceptual donde desarrollar las ideas e historias. Pero hoy en día se tiene la concepción, no sé si general pero por lo menos sí mayoritaria, del cine de género como un planteamiento de base inicial encorsetado en los lugares comunes, que reincide en los mismos recursos y en las mismas contrucciones una y otra vez.

¿Pero verdaderamente es eso el cine de género? No. A la hora de abordar una historia de 'género' se puede ir mucho más allá incluso en el más ceñido de todos ellos. No se trata de hacer una especie de 'película tipo', sino de desarrollar un film sobre una naturaleza temática concreta. Y todavía hay ejemplos de todo esto.



Déjame entrar, la película sueca de Tomas Alfredson, representa una forma de entender el cine de género con la mirada amplia. No podemos decir que el guión esté totalmente libre de recursos comunes del cine de terror, pero es el enfoque lo que la hace tan valiosa. Porque ante todo, en Déjame entrar vemos un mensaje, una trama que va mucho más allá de los sustos, la oscuridad y, por supuesto, de los vampiros en sí mismos.



Esta tierna historia de dos niños que se quieren y se comprenden a pesar de tratarse de seres dispares y contrapuestos se sitúa perfectamente dentro de ese espacio imaginario del terror. Sin embargo, la base argumental no es el miedo, sino la relación entre estos dos chicos, la complejidad de sus situaciones y su forma de retroalimentarse ayudándose a superar las difíciles situaciones por las que ambos atraviesan. Los conceptos del género se desarrollan como un elemento discursivo, como una metáfora o extensión de las crueles situaciones a las que están sometidos Oskar y Eli.

Es una visión diferente del concepto del mal, de la injusticia y la supervivencia. Pero, sobre todo, se trata de otra una forma alternativa del cine de terror. Tan íntima como sobrenatural. Una visión heredera de la misma Nosferatu de Murnau, que es quizá la mejor cinta de género de la historia.

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